viernes, 9 de enero de 2009

ADMIRABLE SALVADOR

Y se llamara su nombre Admirable (Isaías 9: 6)
Por Víctor Cruz
Siete siglos antes de Cristo el profeta Isaías escribió sobre la llegada del Mesías como si ya fuera un hecho consumado: “Por que un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro y se llamará su nombre Admirable”. Sí Jesús…

Fue admirable en su encarnación. Siendo Dios bendito por todos los siglos, se despojo a sí mismo” y se “hizo carne” para habitar entre los hombres. Su paso por la Tierra puede considerarse como un mero interludio en la carne, ya que la eternidad existió antes y después de él. Pero la encarnación es mas que un entreacto, porque habiendo consumado su obra en este mundo, retornó a la diestra de Dios. Él retiene para siempre su cuerpo resucitado. Por eso Pablo escribió: “Hay un solo… mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.

Fue admirable en su ministerio. Todos lo reconocen como el mayor maestro de todos los tiempos. “¿De donde tiene éste esta sabiduría?” preguntaron tanto los sabios como los indoctos, pues todos reconocían la autoridad que existía por detrás de sus palabras. “¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre!”, confesaron los alguaciles del templo. Sus seguidores dijeron con sinceridad: “Tú tienes palabras de vida eterna”.

Fue admirable en su muerte. “Como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca”. Cristo “se humilló a sí mismo… y ofreció sacrificio, siendo él mismo a la vez el sacerdote y la victima”. No ofreció el sacrificio revestido con las vestiduras deslumbrantes de Aarón; fue entre la angustia y las vestimentas manchadas de sangre que, en aquel trágico día, tomó nuestro lugar.

Fue admirable en su resurrección. La muerte de Jesús fue para los discípulos un acontecimiento devastador. No obstante, su resurrección al tercer día les dio una nueva perspectiva. Las palabras del ángel: “No está aquí, pues ha resucitado”, fueron como bálsamo suavizante sobre las heridas del corazón, llevándolos con alegría a testificar su fe en aquel que sobre el sepulcro de José de Arimatea, proclamo triunfante: “Yo soy la resurrección y la vida”

¡Cuan agradecidos deberíamos estar por tener a nuestro alcance tan admirable Salvador!

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