jueves, 15 de enero de 2009

CONFORTADORA REALIDAD

Porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios (Hebreos 11:10)
Por Víctor Cruz

El laureado poeta chileno, Pablo Neruda, al recibir en 1971 en Estocolmo, Suecia, el codiciado Premio Nobel de Literatura, se expresó así: “Solo con una ardiente paciencia conquistaremos la esplendida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres”.

Pero esa no es, ciertamente, la ciudad anunciada por los antiguos profetas, de la cual Dios es arquitecto y constructor.

En esa ciudad, como en todas las demás y fundadas sobre sistemas humanos, prevalecerán la corrupción, el odio, la injusticia y los otros males que caracterizan la naturaleza humana.

Pero en la nueva ciudad que Dios está preparando, la incertidumbre y la angustia no existirán: “No dirá el morador: Estoy enfermo; el pueblo que more en ella le será perdonada la iniquidad”. “Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos y los oídos de los sordos se abrirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo.”

¡Que notable es el contraste entre la vida presente con sus tragedias, pesares y quebrantos, y este nuevo orden social prometido en las Escrituras!

El hombre edifica con entusiasmo y emoción una mansión en la cual vivir muchos años. La vida se le presenta risueña. Pero un día el diagnóstico de un médico lo hace estremecer. La presencia perversa de un cáncer le anuncia una muerte indeseada. Y la tragedia se abate implacable, destruyendo los planes de la vida. “Destino cruel”, comentan los amigos; después un extraño se muda a aquella mansión, disfrutando los frutos del trabajo de alguien que murió prematuramente.

¡Que diferentes serán las condiciones en el paraíso restaurado por Dios! En él los redimidos “edificarán casas y moraran en ellas; plantarán viñas y comerán el fruto de ellas. Esto sobrepasa los límites de la comprensión humana; pero constituye una confortadora realidad.

“No tenemos aquí ciudad permanente, sino que buscamos la por venir”. “Nuestra ciudadanía esta en los cielos”. Ya no seremos extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios.

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