martes, 27 de enero de 2009

VISIÓN PARA VER, FE PARA CREER Y ÁNIMO PARA EJECUTAR

Porque el Señor ejecutará su sentencia sobre la tierra en justicia y con prontitud
(Romanos 9:28)

Por Víctor Cruz

En la pared de una estación ferroviaria en Europa, se encuentran pintadas, en letras de oro, las siguientes palabras: “Visión para ver. Fe para creer. Ánimo para ejecutar.”

Visión. El ojo es el más noble de nuestros órganos. Es también el más revelador. Ni las manos, ni la boca, ni la cabeza nos comunican como los ojos. Son la ventana del ser.

¿De qué forma estamos usando este noble órgano? Cristo nos exhorta a que usemos el sentido de la visión para contemplar los desafíos de un mundo estremecido por la desesperación. Él nos dice: “Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega”.

El profeta Isaías, viendo las terribles condiciones de sus días, exclamó: “Por amor de Sión no callaré…hasta que salga como resplandor su justicia y su salvación se encienda como una antorcha”.

Fe. La incredulidad siempre fue una característica en la vida de los filósofos racionalistas. Ahora, sin embargo, verificamos con sorpresa, en el seno del cristianismo, la existencia de un número creciente de teólogos y ministros liberales que destilan en sus libros y mensajes el veneno de la duda.

Y hasta nosotros, portadores del último mensaje de Dios para este planeta moribundo, cuando contemplamos la inmensa obra a ser realizada a la luz de nuestras insuficiencias, somos llevados a veces a los abismos de la duda y la incertidumbre.

Ánimo. Israel, después de haber vagado durante tantos años a través de las escaldantes arenas de un calcinado desierto, reveló una sorprendente ausencia de entusiasmo para ejecutar la obra de penetración y conquista de Canaán.

Igualmente nosotros, el Israel moderno, hemos peregrinado en el desierto de este mundo durante más de 157 años. Estamos ahora, en la cronología profética, junto a la frontera de la Tierra Prometida. Y la misma apatía que caracterizo a Israel en el pasado, parece permear algunos segmentos de la iglesia hoy.

Concédanos Dios la visión para contemplar las necesidades del mundo; la fe para elaborar grandes planes de acción misionera; y el ánimo para, en rápidos y vibrantes movimientos, escribir el último capítulo de la historia de la evangelización en la política en la República Dominicana.

Retomando la historia:

A pocos metros de aquí, en esta ciudad de Santo Domingo, en la entonces increíblemente todavía maravillosa isla de Quisqueya o Haití hace casi cinco siglos, se produjo el primer reclamo por el derecho y la justicia entre seres humanos étnica y culturalmente diferentes y para reivindicar los “derechos de los más débiles”. En efecto, la formidable denuncia de Antonio Montesino y de la comunidad dominica de predicadores encabezada por Pedro de Córdoba y Bernardo de Santo Domingo, realizada el 21 de diciembre del 1511 en la iglesia catedral, marca el comienzo en este continente de la lucha por un nuevo derecho comunal (común) de todas las gente como se indicaba explícitamente en la Primera de las Siete Partidas de Alfonso X.

Después de tantos siglos de olvido reconozcamos en todo su valor y volvamos a escuchar esas valientes palabras de incalculable trascendencia en la construcción jurídica de la igualdad y la libertad siguiendo el testimonio directo que nos dejó para siempre Bartolomé de las Casas que las evoca años después de su conversación a la causa de los derechos ocurrida en el año 1514.

Llegando el domingo a la hora de predicar, subió en el pulpito el Padre Fray Antón Montesino y tomó por tema y fundamento de su sermón, que ya llevaba escrito y firmado de los demás (frailes predicadores): Ego vox clamantis in deserto. Hecha su introducción y dicho algo de lo que tocaba a la materia del tiempo del Adviento, comenzó a encarecer la esterilidad del desierto de las conciencias de los españoles de esta isla y la ceguedad en que vivían, cuánto peligro andaban de su condenación zambullidos y en ellos morían. Luego torno sobre su tema, diciendo así: “Para vos los dar a conocer me he subido aquí (en el pulpito), yo que soy voz de Cristo en el desierto de esta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera, sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y peligrosa que jamás os pensasteis oír”. Esta voz encareció por buen rato con palabras muy pungitivas y terribles, -recuerda Las Casas- que les hacia estremecer (a los encomenderos) las carnes y que les parecía que ya estaban en el divino juicio. La voz, pues en gran manera, en universal encarecida, declárales cuál era o que contenía en sí aquella voz: “Esta voz, dijo él que todos estáis en pecado mortal y en el vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquellos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacificas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin darles de comer ni curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine y conozcan a su Dios y creador, sean bautizados, oigan misa, guarden las fiestas y domingos? ¿Estos no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto, que en el estado que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos que carecen y no quieren la fe de Jesucristo”.

Mañana 28 es el gran encuentro del Doctor Leonel Fernández, Presidente de la República con las Fuerzas Vivas de la Nación en la denominada Cumbre.

¡Estaremos allá como el Fray Anton de Montesinos diciéndole las cosas que otros no le dicen!

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