martes, 13 de enero de 2009

EL SALMO DE LA AFLICCIÓN

De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo (Salmo 130:1)
Por Víctor Cruz
El Salmo 130 es conocido como el cántico de la aflicción. El salmista comienza con una sentencia que traduce a la desesperación de su espíritu: “De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. Señor oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica”.

Esas palabras revelan la angustia de un ser atribulado que había descendido a las profundidades del abismo, diríamos que el autor de este cántico estaba en el “pozo”, deprimido y perplejo.

¡Cuántas veces nos sentimos como David, afligidos por las tristezas, en un mundo que se nos figura como “abismo oscuro de soledad y llanto”! En nuestro abatimiento repetimos afligidos, como el profeta Jonás en los abismos del mar: “Me echaste a lo profundo… todas las olas pasaron sobre mí”.

Pero hay algunas cosas que podemos hacer cuando nos sentimos en el “pozo”. El salmista, en primer lugar, oró: “Señor, oye mi voz; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica”. La angustia de su espíritu era tan intensa que su oración se convirtió en un vehemente clamor. Las oraciones más autenticas son aquellas que nacen en un corazón torturado por la angustia.

Pedro camina sobre las aguas, pero cuando siente que se hunde en el abismo, y cuando las olas amenazan tragarlo, grita: “¡Señor, sálvame!”. No había tiempo para escoger las palabras y formular una oración más elegante. La oración constituye la más espontánea expresión del ser delante de Dios. Las palabras nada significan en esos momentos de crisis. Que nadie diga, pues, que no sabe orar. Es suficiente que su necesidad sea presentada a Dios tal como la siente, sin retórica ni lenguaje ornamental.

Sin embargo, el salmista, además de orar, confesó sus pecados a Dios: “Si mirares a los pecados, ¿quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón. Pero ¿qué relación existe entre el pecado y la situación del hombre que se encuentra en el abismo? El pecado arrastra el pecador a los abismos más profundos de la desesperación, produciendo en su corazón este sentimiento de soledad y abandono.

Si nos sentimos en el “pozo”, podemos ascender a la presencia de Dios. Para alcanzar esta experiencia, debemos orar y confesar al Señor nuestras transgresiones.

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