viernes, 16 de enero de 2009

EL MONTE DE LA ORACIÓN

Y moisés subió a Dios; y Jehová lo llamó desde el monte (Éxodo 19:3)
Por Víctor Cruz

Cuando los israelitas estaban acampados al pie del Sinaí, Dios invitó a Moisés a subir al monte y estar en su presencia.

Si deseamos crecer en la experiencia cristiana debemos también, en las alas de la oración, subir diariamente a la montaña y disfrutar de la presencia del Señor. Si descuidamos estas augustas audiencias con el Señor, nuestra asociación con el Omnipotente se debilitará, nuestra voluntad no estará en armonía con los planes divinos, el corazón se endurecerá y la conciencia se hará insensible.

Subamos al monte de la oración, donde hay oxigeno para el espíritu y luz para el entendimiento, donde el corazón se dilata y la fe se fortalece. Subamos, pues este ejercicio indispensable para desarrollar el vigor espiritual.

Jesús “subió al monte a orar aparte”. Para meditar, orar y adorar es necesario que nosotros también nos desprendamos de la tierra; que nos olvidemos de las ansiedades que nos oprimen, de las dudas que nos afligen, de los pensamientos que nos perturban, para en paz postrarnos ante el trono de Dios. Subir, pues, es esencial. Sin embargo, no es suficiente. Para un encuentro provechoso con Dios necesitamos muchas veces estar solos. En el monte, Jesús estaba solo. No buscó ni siquiera la compañía de Pedro, Santiago y Juan, sus más íntimos discípulos.

A veces sentimos el deseo de estar a solas; solos para disfrutar de momentos de meditación; para reflexionar sobre lo que Dios ha hecho por nosotros; solos para sentir la elevación de alguna música que despierte gratas reminiscencias.

Pues bien, si reconocemos la importancia de estos periódicos soliloquios en nuestra vida, mayor valor deberíamos dar a los momentos de coloquio con Dios. La oración es un dialogo del espíritu con el Creador. Es saludable que este diálogo, a veces, se revista de carácter confidencial. Que ningún extraño perturbe esta reverente comunicación. Hay en la oración palabras que, muchas veces, únicamente Dios debe oír.

Subamos, pues, al monte de la oración, donde Dios nos espera. Abrámosle el corazón como a un amigo. Y después descendamos al valle para continuar las luchas de la vida, seguros de la plenitud de su amor.

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