Venid vosotros aparte… y descansad un poco (Marcos 6:31)
Por Victor Cruz
Después de un periodo de ardua labor, los discípulos volvieron a la compañía de Jesús. Habían completado una agitada jornada misionera y ahora, extenuados, comparecieron ante la presencia del Salvador. El compasivo Nazareno, contemplando a aquellos vacilantes galileos, casi vencidos por la fatiga, les dice: “Venid vosotros a un lugar desierto y descansad un poco”.
Una batería de automóvil tiene un límite de resistencia. Cuando la carga que se le aplica sobrepasa ese límite, las cámaras interiores se desintegran. Del mismo modo, la mente y el cuerpo humano tienen un límite de resistencia. Si lo sobrecargamos en demasía, provocamos el rompimiento del equilibrio nervioso.
Debemos cultivar el arte del descanso para reabastecer las energías gastadas y restaurar el vigor debilitado en las luchas por la supervivencia.
Una noche de tranquilo y reconfortante descanso constituye una necesidad imperativa. Pero algunos de nosotros, después del reposo de la noche, despertamos por las mañanas cansados, abatidos e indispuestos. Esto naturalmente ocurre cuando, durante un día de intensa y extenuante actividad, vamos a la cama con los nervios tensos, y la mente preocupada con los múltiples problemas. Y es evidente que, cuando el espíritu no reposa, el cuerpo no disfruta en su plenitud los beneficios del sueño.
Necesitamos descansar después de las actividades del día, frenar la imaginación y liberar la mente de todas las ansiedades, los cuidados y las inflaciones que impiden el completo relajamiento de los músculos y la tranquilidad del espíritu.
Existe otro descanso que nuestro organismo también reclama: el reposo semanal. Para satisfacer esta necesidad, Dios instituyó el sábado. Observándolo nos libramos de las presiones, tensiones y frustraciones que nos desgastan, y disfrutamos una dulce paz al intuir la presencia de Dios en nuestra vida. La seguridad de la presencia de Cristo que serenó la tempestad en el Mar de Galilea, especialmente en el día que él santifico, produce paz y tranquilidad en nuestro espíritu atribulado.
Cuando ponemos a un lado nuestros trabajos y nuestras ansiedades para encontrarnos en la quietud de nuestro espíritu con el Dios invisible, le estamos ofreciendo el culto indiviso de nuestro corazón.
¡Feliz Año 2009!
Una batería de automóvil tiene un límite de resistencia. Cuando la carga que se le aplica sobrepasa ese límite, las cámaras interiores se desintegran. Del mismo modo, la mente y el cuerpo humano tienen un límite de resistencia. Si lo sobrecargamos en demasía, provocamos el rompimiento del equilibrio nervioso.
Debemos cultivar el arte del descanso para reabastecer las energías gastadas y restaurar el vigor debilitado en las luchas por la supervivencia.
Una noche de tranquilo y reconfortante descanso constituye una necesidad imperativa. Pero algunos de nosotros, después del reposo de la noche, despertamos por las mañanas cansados, abatidos e indispuestos. Esto naturalmente ocurre cuando, durante un día de intensa y extenuante actividad, vamos a la cama con los nervios tensos, y la mente preocupada con los múltiples problemas. Y es evidente que, cuando el espíritu no reposa, el cuerpo no disfruta en su plenitud los beneficios del sueño.
Necesitamos descansar después de las actividades del día, frenar la imaginación y liberar la mente de todas las ansiedades, los cuidados y las inflaciones que impiden el completo relajamiento de los músculos y la tranquilidad del espíritu.
Existe otro descanso que nuestro organismo también reclama: el reposo semanal. Para satisfacer esta necesidad, Dios instituyó el sábado. Observándolo nos libramos de las presiones, tensiones y frustraciones que nos desgastan, y disfrutamos una dulce paz al intuir la presencia de Dios en nuestra vida. La seguridad de la presencia de Cristo que serenó la tempestad en el Mar de Galilea, especialmente en el día que él santifico, produce paz y tranquilidad en nuestro espíritu atribulado.
Cuando ponemos a un lado nuestros trabajos y nuestras ansiedades para encontrarnos en la quietud de nuestro espíritu con el Dios invisible, le estamos ofreciendo el culto indiviso de nuestro corazón.
¡Feliz Año 2009!
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