Por Víctor Cruz
Jacob vivía una hora sombría de su vida; hora triste y llena de incertidumbres. Había usurpado de manera fraudulenta el derecho a la primogenitura que pertenecía a Esau, su hermano mayor.
Sintiendo que su vida estaba en peligro, huyó en dirección a lo desconocido. ¡Pobre Jacob! Viajaba solo, sintiendo en su corazón el inquietante recelo de que había sido abandonado por Dios.
Después de un día de camino, la noche lo encontró solo, lejos de las tiendas acogedoras de su padre. Y se preparó para descansar. Pero, ¿dónde? En la tierra desnuda. No poseía una tienda, ni una almohada. Miró a su alrededor, escogió una piedra y reclinó sobre ella su cabeza cansada.
¡Una almohada de piedra! Pero precisamente cuando reclinaba su cabeza sobre esa dura almohada, recibió una esplendente visión. Vio el cielo abierto y una escalera de fulgurante brillo, cuya ase se apoyaba en la tierra mientras que su extremo tocaba el cielo. Una almohada de piedra y una fulgurante visión. Hay entre ambos una íntima y significativa correlación.
Cuántos cristianos hay que, en un momento de su vida, o tal vez durante toda su existencia, apoyaron la frente sufridora en una almohada de piedra. Puede ser la almohada de las aflicciones económicas, o de los sufrimientos físicos o de las ansiedades que quebrantan el corazón y debilitan las energías del espíritu.
Pero, a menudo, cuando reclinaron la frente angustiada sobre duras almohadas, contemplaron fulgurantes y consoladoras visiones.
Con la cabeza reclinada sobre una almohada de piedra el patriarca Job vio un cuadro de esplendorosa gloria. Así lo describe él: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios”.
El patriarca sufría las pruebas físicas más duras y los tormentos morales más atroces. Pero, ¿de dónde habrá recibido tan gran energía física y moral, si el cuerpo se contorsionaba y los miembros se cubrían de llagas podridas? Del mismo dolor Job estuvo energías para continuar sirviendo al Señor: “Al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán y no otro”.
¡Una almohada de piedra y una fulgurante visión! Hace que el poder de la justicia se desnude ante la visión de un pueblo que demanda sanidad y sabiduría, hay que recordarles a los miembros de la Suprema Corte de Justicia que por encima de su poderío y de sus actuaciones muchas veces despalda la Ley, tenemos al Creador del Cielo y la Tierra como hacedor de justicia y juez omnipotente, nosotros seguimos creyendo en él y en las posibilidades de una justicia capaz de disciplinarse que nos sirva a todos.
¡Felicidades al poder judicial en su día!
Sintiendo que su vida estaba en peligro, huyó en dirección a lo desconocido. ¡Pobre Jacob! Viajaba solo, sintiendo en su corazón el inquietante recelo de que había sido abandonado por Dios.
Después de un día de camino, la noche lo encontró solo, lejos de las tiendas acogedoras de su padre. Y se preparó para descansar. Pero, ¿dónde? En la tierra desnuda. No poseía una tienda, ni una almohada. Miró a su alrededor, escogió una piedra y reclinó sobre ella su cabeza cansada.
¡Una almohada de piedra! Pero precisamente cuando reclinaba su cabeza sobre esa dura almohada, recibió una esplendente visión. Vio el cielo abierto y una escalera de fulgurante brillo, cuya ase se apoyaba en la tierra mientras que su extremo tocaba el cielo. Una almohada de piedra y una fulgurante visión. Hay entre ambos una íntima y significativa correlación.
Cuántos cristianos hay que, en un momento de su vida, o tal vez durante toda su existencia, apoyaron la frente sufridora en una almohada de piedra. Puede ser la almohada de las aflicciones económicas, o de los sufrimientos físicos o de las ansiedades que quebrantan el corazón y debilitan las energías del espíritu.
Pero, a menudo, cuando reclinaron la frente angustiada sobre duras almohadas, contemplaron fulgurantes y consoladoras visiones.
Con la cabeza reclinada sobre una almohada de piedra el patriarca Job vio un cuadro de esplendorosa gloria. Así lo describe él: “Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de desecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios”.
El patriarca sufría las pruebas físicas más duras y los tormentos morales más atroces. Pero, ¿de dónde habrá recibido tan gran energía física y moral, si el cuerpo se contorsionaba y los miembros se cubrían de llagas podridas? Del mismo dolor Job estuvo energías para continuar sirviendo al Señor: “Al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán y no otro”.
¡Una almohada de piedra y una fulgurante visión! Hace que el poder de la justicia se desnude ante la visión de un pueblo que demanda sanidad y sabiduría, hay que recordarles a los miembros de la Suprema Corte de Justicia que por encima de su poderío y de sus actuaciones muchas veces despalda la Ley, tenemos al Creador del Cielo y la Tierra como hacedor de justicia y juez omnipotente, nosotros seguimos creyendo en él y en las posibilidades de una justicia capaz de disciplinarse que nos sirva a todos.
¡Felicidades al poder judicial en su día!
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