En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma
(Salmo 94:19)
(Salmo 94:19)
Por Víctor Cruz
Las ansiedades que conspiran contra la salud mental son muchas veces causadas por la imaginación. Elena de White dice: “pocos comprenden que es un deber ejercer dominio sobre los pensamientos y la imaginación”. En otra oportunidad añadió: “No debemos permitir que las perplejidades y cuidados cotidianos angustien la mente y oscurezcan nuestro semblante”.
El Dr. Harry Emmerson cuenta cómo sucumbió un gigante de la naturaleza: “En la ladera de una montaña en Colorado se encontraban los restos de un gigantesco árbol. Dicen los naturalistas que este árbol se mantuvo de pie durante cuatrocientos años. Era un arbusto cuando Colón desembarcó en Santo Domingo y se encontraba en la mitad de su crecimiento cuando los Padres Peregrinos se establecieron en Plymouth, en 1620. Durante su larga existencia, fue alcanzado catorce veces por la acción fulminante de los rayos; sobre él pasaron tormentas y vendavales. Sin embargo, durante cuatrocientos años sobrevivió a la furia de los elementos. Pero, un día lo atacó un ejército de pequeñas hormigas blancas, aniquilándolo. Las hormigas penetraron a través de la espesa corteza del árbol y destruyeron gradualmente su vitalidad interior a través de ataques pequeños, pero constantes. Un gigante de la selva que no se debilitó con la edad, que resistió la acción de los rayos y el ímpetu de las tempestades, cayó finalmente como resultado de la acción insidiosa de las pequeñas hormigas”.
¿No somos acaso como ese árbol? Resistimos con notable vigor las tormentas de la vida y otras veces permitimos que nuestra mente sea devorada por los pequeños cuidados y las ansiedades imaginarias que minan las energías físicas y debilitan el vigor espiritual.
Si deseamos impedir que los cuidados de esta vida minen nuestro vigor físico, debemos vivir plenamente cada día, no dejando que los fracasos de ayer y las expectativas inciertas del mañana invadan el día de hoy. Jesús dijo: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta cada día su propio mal”.
“En la multitud de mis pensamientos…tus conclusiones alegraban mi alma”. Cuando los cuidados de la vida deprimen nuestro ser confiemos, como David, en la consolación que viene del Señor.
El Dr. Harry Emmerson cuenta cómo sucumbió un gigante de la naturaleza: “En la ladera de una montaña en Colorado se encontraban los restos de un gigantesco árbol. Dicen los naturalistas que este árbol se mantuvo de pie durante cuatrocientos años. Era un arbusto cuando Colón desembarcó en Santo Domingo y se encontraba en la mitad de su crecimiento cuando los Padres Peregrinos se establecieron en Plymouth, en 1620. Durante su larga existencia, fue alcanzado catorce veces por la acción fulminante de los rayos; sobre él pasaron tormentas y vendavales. Sin embargo, durante cuatrocientos años sobrevivió a la furia de los elementos. Pero, un día lo atacó un ejército de pequeñas hormigas blancas, aniquilándolo. Las hormigas penetraron a través de la espesa corteza del árbol y destruyeron gradualmente su vitalidad interior a través de ataques pequeños, pero constantes. Un gigante de la selva que no se debilitó con la edad, que resistió la acción de los rayos y el ímpetu de las tempestades, cayó finalmente como resultado de la acción insidiosa de las pequeñas hormigas”.
¿No somos acaso como ese árbol? Resistimos con notable vigor las tormentas de la vida y otras veces permitimos que nuestra mente sea devorada por los pequeños cuidados y las ansiedades imaginarias que minan las energías físicas y debilitan el vigor espiritual.
Si deseamos impedir que los cuidados de esta vida minen nuestro vigor físico, debemos vivir plenamente cada día, no dejando que los fracasos de ayer y las expectativas inciertas del mañana invadan el día de hoy. Jesús dijo: “Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta cada día su propio mal”.
“En la multitud de mis pensamientos…tus conclusiones alegraban mi alma”. Cuando los cuidados de la vida deprimen nuestro ser confiemos, como David, en la consolación que viene del Señor.
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