Por lo cual, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor; y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré (2 Corintios 6:17)
Por Víctor Cruz
Empeñado en una gran reforma, Esdras percibió que el error que llevó a Israel al desastre nacional había sido su deseo de aculturación, el afán por ser semejantes a las naciones vecinas, imitando sus costumbres, su culto e incluso hablando sus lenguas.
Una de las soluciones, propuso Esdras, sería el repudio de las mujeres paganas con las cuales, contrariando el mandamiento, se habían unido en matrimonio. A través de casamientos mixtos, la idolatría se introdujo furtivamente entre ellos. El sábado pasó a ser profanado. Los tesoros de la casa de Dios se empobrecieron. Los músicos y los que oficiaban en el templo abandonaron la obra que realizaban para dedicarse a otras ocupaciones. Se imponían la necesidad de una gran reforma espiritual entre ellos.
La identidad nacional estaba amenazada, pues hasta los mismos hijos no podían ya hablar la lengua hebraica. Gestados por mujeres asdoditas, amonitas y moabitas, hablaban una mezcla de hebreo y otras lenguas extranjeras.
Sin embargo, algunos se opusieron a este programa de reformas y fueron exiliados y a quienes permanecieron se les exigió que jurasen descontinuar los casamientos mixtos. Era el comienzo de una gran reforma, seguida de un reavivamiento memorable.
Esdras estaba en lo correcto cuando denuncio los peligros de la aculturación con las naciones vecinas. Pero sus exhortaciones llevaron a Israel al otro extremo. Preocupados por defender la pureza nacional se confinaron dentro de sus propias fronteras, limitando los beneficios de la salvación a su propio pueblo.
Los peligros de la aculturación amenazan a la iglesia hoy. Se manifiesta entre nosotros el deseo constante de introducir en el seno del cristianismo prácticas y costumbres comunes a otros grupos religiosos. Y hay incluso, un creciente número de personas que se opone a la idea de mantener las peculiaridades de nuestra fe.
Vivimos en el mundo, pero no somos del mundo. Al igual que Esdras, debemos guardar las fronteras de este movimiento, preservándolo de la contaminación con lo espurio. Pero la preocupación por mantener la pureza de la iglesia no nos quita la responsabilidad de testificar. Una iglesia introvertida constituye una contradicción. Debemos iluminar el mundo con el fulgor del mensaje de Dios para este tiempo.
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