jueves, 23 de abril de 2009

¿GIGANTES O LANGOSTAS?

También vimos allí gigantes, hijo de Anac, raza de los gigantes y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas. (Números 13:33)

Por Víctor Cruz

Evidentemente, los diez espías que hablaban así al describir lo que vieron en Canaán traducían en palabras su falta de fe en Dios, exagerando la estatura física de los hijos de Anac y los recursos defensivos de sus ciudades. Lo que vemos hoy se asemeja bastante a la descripción negativa de los diez espías. Como iglesia nos enfrentamos hoy a gigantes amenazadores y las posibilidades de vencerlos, dicen los derrotistas, son enigmáticas. Y muchos se dejan persuadir por el pesimismo que ellos destilan.

Un gigante es la explosión demográfica. Al comienzo de la era cristiana la población mundial, era, más o menos, de 300 millones de personas. Se necesitaron quinientos años para que la población se duplicara, alcanzando los 600 millones. Pero en el Siglo XX la población se duplicó en apenas 30 años, llegando a los 6 mil millones de habitantes. Este fantástico crecimiento constituye para la iglesia un gigante amenazador, un desafío que trasciende los límites de nuestras posibilidades.

Otro gigante que nos amenaza, en forma inquietante, es el desarrollo de las extensas aéreas geográficas aparentemente impermeables a la penetración del mensaje del tercer ángel.

Incluimos en estas áreas ambos millones entorpecidos por las filosofías religiosas del islamismo y las regiones bajo la influencia pagana del misticismo oriental. Son áreas aparentemente inaccesibles. “¡Son gigantes imbatibles!”, según dicen los heraldos al servicio de la duda y del pesimismo.

Y está también los filósofos de la historia que, armados de argumentos académicos discutibles, anuncian la gradual declinación del fervor cristiano, preanunciando su inevitable colapso.

Destacando el hecho de que con el transcurso de los años otros grupos religiosos perdieron el sentido de misión y se encuentran ahora amenazados de extinción, esos profetas dicen que enfrentamos la misma suerte.

¿Seremos capaces de vencer a estos amenazadores gigantes? Sin duda alguna. Ninguna cosa en este mundo posee tanta seguridad de éxito como la Iglesia de Cristo. Somos amonestados por el Señor “a nunca… pensar, y muchos menos hablar, de fracasos en su obra”.

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