Por Víctor Cruz
Durante cuatro décadas el pueblo de Israel había estado peregrinando a través de los extensos y áridos desiertos que se extienden entre el Mar Rojo y el Rio Jordán. Cansados, llegaron a la frontera de la Tierra Prometida. Con los ojos iluminados por la esperanza contemplaban ahora sus verdes colinas.
Recordando la amarga experiencia ocurrida en Cades, treinta y ocho años antes, cuando el pueblo, después de oír el desalentador informe presentado por los diez espías, se levanto murmurando contra Dios y su líder, Moisés dijo: “Luego volvimos y salimos al desierto… y rodeamos el monte de Seir por mucho tiempo”. Y añadió: “Bastante habéis rodeado este monte; volveos al norte”.
Habían estado en los límites geográficos de la patria de sus sueños. Y hasta vieron una muestra de los frutos producidos en el suelo palestino. Pero, en virtud de su incredulidad, tuvieron que volver al desierto en dirección a las playas del Mar Rojo.
El Señor había ordenado que avanzaran, pero ahora, por causa de la rebelión, tuvieron que retroceder, rodeando la montaña.
Nosotros también estamos rodeando montañas. El Señor nos exhorta a avanzar en todos los frentes con el objeto de completar la obra inconclusa. Pero nosotros preferimos rodear montañas.
Estamos imitando la experiencia del pueblo de Israel. Durante décadas hemos estado rodeando las montañas de nominalismo, el comodismo, el mundanalismo, el conformismo, el liberalismo, etc.
Estamos imitando la experiencia del pueblo de Israel. Durante décadas hemos estado rodeando las montañas de nominalismo, el comodismo, el mundanalismo, el conformismo, el liberalismo, etc.
Si se dirigiera a la iglesia hoy, el Señor diría: “Basta de dar tantas vueltas alrededor de estos montes. ¡Es tiempo de avanzar!”.
Israel, después de cuarenta años de amarga experiencia, se encontraba a las orillas del Jordán, ahora bajo la dirección de Josué, que fue quien sustituyó a Moisés. Su fe volvería a ser probada, pues la nieve de las montañas al derretirse había transformado el río en tempestuosa corriente que trasbordaba sus márgenes. Pero Israel avanzó. Dios dividió el río y el pueblo entró en la Tierra Prometida. “Las aguas que venían de arriba se detuvieron como en un montón… y el pueblo pasó en dirección a Jericó”.
Que el Señor nos conceda ánimo para concluir la obra que nos fue encomendada y valor para cruzar el Jordán en dirección a la ansiada Patria del más allá.
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