Aunque me sea necesario morir contigo, no te negare (Mateo 26:35)
Por Víctor Cruz
La noche en que Jesús fue traicionado, Pedro sintió los resultados amargos de una ruidosa y espectacular caída en su experiencia cristiana. Cuando analizamos las razones de ese fracaso espiritual, descubrimos una desdichada sucesión de pasos que lo llevaron a negar su identificación con Cristo.
1) El primer paso lo dio el día anterior a su caída, cuando los discípulos disputaron sobre cuál de ellos sería el mayor y por lo tanto, digno de mayor distinción.
2) La siguiente noche no le dio valor a las advertencias de Cristo sobre el peligro que lo acechaba. La suficiencia propia lo hizo sentirse inmune a los riesgos de un desastre espiritual. “Aunque me sea necesario morir contigo, no te negaré”.
3) Más tarde, estando en el Getsemaní, en lugar de velar y orar se dejó dominar por el sueño. En un momento de grave crisis para la iglesia, durmió, indiferente a la realidad presente.
4) Mientras dormía, el silencio del jardín fue quebrado por el tropel marcial de los soldados romanos. Pedro se levantó somnoliento y, atónito, viendo al Salvador preso, tomó la espada y la blandió contra el adversario, confiando más en el poder de la espada que en los inagotables recursos de la Omnipotencia.
5) Después siguió a Jesús de lejos. Su conducta, es cierto, fue mejor que la mayoría de sus compañeros que atemorizados, huyeron. Sin embargo, todo aquel que sigue a Jesús de lejos se expone a peligros jamás imaginados.
6) Se sentó a la rueda de los escarnecedores. Cierta vez un niño se paró, con los ojos codiciosos, al lado de una apetitosa cesta de frutas. Un señor, que estaba observando las actitudes sospechosas del niño, le preguntó: “¿Quieres robar algo?” con timidez el niño respondió: “No señor. Estoy haciendo lo mejorar para no robar”. Pero al demorarse innecesariamente al lado de la tentación tenía que luchar intensamente contra su poder seductor.
7) Se dejó dominar por el miedo. En lugar de confiar en la fortaleza de Dios, pensó en sí mismo y en la fuerza de sus enemigos.
Poco después de haber negado a Jesús, Pedro vio el semblante sufrido del Salvador y, tocado por su tierna misericordia, abandonó precipitadamente aquel lugar y lloró amargamente.
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