Así, no os afanéis por el día de mañana (Mateo 6:34)
Por Víctor Cruz
Una leyenda cuenta la historia de un monje que se preocupó por una progresiva escasez de aceite. Para enfrentarla, plantó en su jardín un olivo. Si ya eran antes grandes sus preocupaciones, mayores fueron después. Con frecuencia se preguntaba: “¿Cómo se nutrirán sus raíces?” Un día le dirigió a Dios la siguiente oración: “Señor, para que sus raíces puedan nutrirse, necesitan agua. Envíame, buen Dios, tus lluvias suaves y refrescantes.” Y el Señor le envió lluvia generosa, que humedeció la tierra y fertilizo el jardín. Más tarde, las preocupaciones del monje se concentraron en las hojas que comenzaban a brotar. Otra vez oró: “Señor, mi olivo necesita cálidos rayos de Sol.” Y el Sol resplandeció fulgurante y doró sus hojas. Después se preocupó por los renuevos y le pidió al Creador una fuerte helada para endurecer los tejidos. Vino la helada, pero al día siguiente, como consecuencia, el árbol tierno amaneció con sus hojas mustias y sin lozanía. La helada inclemente lo mató. Desolado, el monje se dirigió al compañero de claustro y le contó su triste experiencia. Su compañero le dijo: “Yo también planté un olivo que creció, se desarrolló admirablemente y produjo frutos abundantes. Se lo confié al Señor, que sabe más que yo acerca de cuáles eran las necesidades de mi pequeño árbol. No establecí condiciones, ni determine la manera como debía crecer. La única cosa que hice fue plantarlo y decirle al Señor: “Aquí está, Señor, mi pequeño olivo; lo confió a tus cuidados.” El monje aprendió la lección de fe y confianza en los cuidados divinos.
Después de tres años con Cristo, Pedro aprendió a dejar sus cuidados y preocupaciones en los brazos del Señor. En una de sus epístolas universales exhortó: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”.
La vida es demasiado preciosa para ser consumida en ansiedades. Una mente afligida por preocupaciones incontroladas no puede enfrentar con serenidad la responsabilidad de cada día y al mismo tiempo, rendir un servicio útil y agradable a Dios.
“No os afanéis por vuestra vida… Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
Viviendo un día por vez, permitamos que el mañana nos traiga nuevas oportunidades para confiar en el Señor.
Después de tres años con Cristo, Pedro aprendió a dejar sus cuidados y preocupaciones en los brazos del Señor. En una de sus epístolas universales exhortó: “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros”.
La vida es demasiado preciosa para ser consumida en ansiedades. Una mente afligida por preocupaciones incontroladas no puede enfrentar con serenidad la responsabilidad de cada día y al mismo tiempo, rendir un servicio útil y agradable a Dios.
“No os afanéis por vuestra vida… Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?”
Viviendo un día por vez, permitamos que el mañana nos traiga nuevas oportunidades para confiar en el Señor.
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