viernes, 17 de abril de 2009

MUERTE SALVADORA

Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados
(Isa. 53:5)

Por Víctor Cruz

Durante la primera Guerra Mundial, un grupo de soldados alemanes prisioneros de guerra, fue deportado a Siberia, donde fueron sometidos a trabajos forzados en el interior de una pequeña y primitiva mina de carbón. Todas las mañanas los bajaban con una cuerda al pozo donde trabajaban. A la noche eran igualmente izados por una cuerda unida a una roldana. Durante el día la cuerda permanecía arriba, para evitar que huyeran.

Llevaban una existencia desdichada. El trabajo era duro e insoportable. Exhaustos, anticipaban con alegría el anochecer, cuando serían llevados de nuevo a la superficie. Con gran expectación esperaban siempre el momento cuando alguien les enviaba la punta de la cuerda, mediante la cual era llevados arriba.

Un día, sin embargo, la cuerda no descendió. Había estallado en el país una revolución. Con la aproximación de las fuerzas rebeldes, los guardias huyeron precipitadamente, olvidándose de los trabajadores de la mina que ansiosos, esperaban que apareciera la cuerda.

La situación era desesperante. ¿Tendrían que morir tan miserablemente en aquel charco insalubre? En efecto, ese hubiera sido su suerte si uno de sus compañeros, gravemente enfermo, no hubiera providencialmente quedado arriba, en la barraca. Él fue su salvador.

El enfermo, que estaba casi siempre inconsciente, en uno de los pocos momentos de lucidez sintió la falta de los compañeros. Con pasos débiles y vacilantes y reuniendo sus últimas fuerzas, empujó la punta de la cuerda dentro del pozo y… perdió el sentido.

Cuando los soldados que habían estado tan cerca de una muerte subieron, encontraron caído, junto al pozo, a su salvador. Estaba muerto.

Como prisioneros de Satanás estábamos retenidos, sin esperanzas, en las profundidades de nuestra propia angustia. Pero el Señor nos sacó del “charco de lodo”. Y, en ese esfuerzo salvador, murió. Su cuerpo herido y quebrantado, sus manos y pies clavados y su costado traspasado fueron el alto precio que pagó para rescatarnos del abismo en que nos encontramos.

“El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”.

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